El shofar
«El shofar», Theodor Reik, Le rituel: Psychanalyse des rites religieux (Denoel, 1928). Prefacio de Sigmund Freud. (Capítulo IV, «Le schofar», págs. 240-327).
[Edición en castellano: El ritual. Estudios psicoanalíticos de los ritos religiosos (ACME-Agalma, Buenos Aires, 1995)].
Theodor Reik fue uno de los analistas de la primera generación. Nació en Viena y ejerció allí y en Berlín. Se analizó con Karl Abraham y fue analista, entre otros, de Ángel Garma y de Paula Heimann. Reik fue denunciado en 1926 por ejercer sin título de medicina, lo que representó la “ocasión inmediata” que animó a Freud a escribir su conocido artículo «¿Pueden los legos ejercer el análisis?» en defensa del psicoanálisis profano o laico.
Reik recibió en 1915 un premio de la Sociedad Psicoanalítica de Viena por su trabajo sobre los ritos religiosos, en el que se incluye el estudio sobre el shofar. Esta obra sobre el ritual nace del afán de Reik por aplicar el método psicoanalítico a la investigación de la psicología de las religiones primitivas. El libro fruto de esta investigación fue prologado por Freud.
Muchas son la páginas de esta referencia, que despliegan un estudio profundo y pormenorizado, unas 100 páginas. Intento resumirlas. Reik comienza su estudio con los orígenes de la música; es un gran estudioso de la música, que relaciona con la mitología. En todas las culturas, la invención de los primeros instrumentos y de la música guarda relación con los dioses y semidioses. Es un dios que le habla al hombre de sus sufrimientos por mediación de la música. En el pueblo judío no hay un mito que se refiera al nacimiento de la música. ¿Cómo se explica esta diferencia con las otras culturas?, se pregunta Reik. El primer músico que aparece en la Biblia es Jubal. Tiene la misma raíz en hebreo que Jobel, que significa trompa o trompeta; también se refiere al nombre del carnero. El nombre del inventor es idéntico al nombre del instrumento, el shofar, que no es un instrumento musical, sino un elemento importante del culto religioso.
Es importante hacer una mención acerca de la polisemia del hebreo, lengua sagrada. Al no escribirse las consonantes, los significantes se prestan a una multiplicidad de sentidos, o significados, según el contexto de la frase. La Génesis es el nacimiento del lenguaje; Dios nombra las cosas y así le da un origen a la vida, hablada y escrita. PaRDeS son los cuatro niveles de profundidad: Pshat, Remez, Drash y Sod.
Después del exilio del pueblo judío —año 70 después de Cristo—, todos los instrumentos de viento —trompetas, flautas, címbalos…— son sustituidos por uno. Un solo instrumento acompaña la diáspora de este pueblo en su desgracia. El shofar es el único que queda, siendo el instrumento más antiguo que acompaña todavía el ritual judío. No es un instrumento musical al uso; solo emite tres notas o sonidos diferentes. Es el cuerno del animal prehistórico, primitivo (nuestro nexo y ruptura con la naturaleza). Puede ser el cuerno de cualquier animal, con la excepción del toro o vaca, prohibidos desde el episodio del becerro de oro.
Keren y Yobel designaban el mismo instrumento, y el animal también. Keren designa el cuerno y podemos apreciar las similitudes acústicas.
La supuesta primera aparición del shofar se sitúa en el monte Sinaí con la revelación, acompañada por truenos y relámpagos, una revolución de sonidos que produce temor y miedo en el pueblo que acompaña a Moisés en su Éxodo de Egipto. El pueblo retrocede al escuchar el estruendo de sonidos y da cuenta de la angustia del oído, “afecto propiamente auricular”, como dice Lacan.
Terua, uno de los tonos del shofar, es el clamor y tumulto de la batalla. Infunde lo sagrado con la emoción del temor. El profeta Amos lo dice bien claro: «No podría sonar la trompeta en un pueblo sin que sus habitantes entren en pánico».
Actualmente el shofar se toca, sobre todo, en Rosh Hashaná y Yom Kippur. Rosh Hashaná, la fiesta del primero del año —en hebreo: cabeza del año—, representa el Exodo, la liberación de Israel de su esclavitud en Egipto, la salida del sufrimiento, o del goce.(Mizraim) Yom Kippur, el día del Gran Perdón, es un recordatorio del castigo para los pecadores extraviados. El sonido del shofar pone el final al día del ayuno y expiación. Produce generalmente una profunda emoción en los que lo escuchan —eso lo dice Lacan también—, más por lo que simboliza que por el sonido en sí. Hay un fervor generalizado cuando el rabino dice esta plegaria: «Alabado sea el Señor nuestro Dios, Rey del universo, cuyas prescripciones nos consagran y nos mandan ahora a escuchar la voz del shofar». (12+9+9, tres grupos de notas, los tres toques).
Reik describe su emoción al escuchar ese gemido, o quejido. La Tekia —primera parte— es una larga emisión del sonido sin interrupción. Luego viene Shevarim —la segunda—, con un sonido entrecortado. Y Terua —la tercera y última parte— es un sonido vibrante, un clamor, o trémolo. También se puede escuchar la Tekia Gedola, que es un toque largo, prolongado. La emoción que recalca este sonido está ligada por lo que remueve y representa. Es un recordatorio de la historia. Para el pueblo exiliado en la diáspora es el retorno de la memoria, el nexo de su alianza y del pacto con Dios.
Zichron Terua, como se denomina el toque para Yom Kippur, es la conmemoración de la penitencia comunitaria, con el ayuno de un día entero. Reik habla de Zichronot (zicarón=recuerdo), o sea, el recordatorio de la alianza pactada con Dios.
El Talmud, por otra parte, relaciona estrechamente el shofar con el sacrificio de Abraham. Dios le pide el sacrificio de su hijo único y tardío, Isaac. Abraham obedece el mandato de Dios. Una vez atado Isaac sobre la madera esperando su muerte, es librado de la misma. Cuando Abraham levanta su cuchillo para sacrificar a Isaac, Dios detiene la mano y aparece el carnero, el sustituto para el holocausto. La aparición del carnero prohíbe el sacrificio humano y sella nuevamente la alianza con Dios. De esta operación queda un resto, el cuerno del carnero, o el shofar.
Muchos cuadros famosos inmortalizan este momento, como los de Rembrandt, Caravaggio y otros.
Según nos dice Reik, el shofar no solo anuncia el castigo o una amenaza; también anuncia el día de la resurrección y el retorno de los exiliados a su pueblo. También suena en la coronación de un rey. En la historia antigua es usado solamente en eventos muy solemnes —nunca banales—, en batallas o en entierros importantes. Hoy se escucha solamente en el servicio religioso. En diversos escritos aparece como: «Feliz el pueblo que conoce, o reconoce, el sonido de la trompeta». “Reconoce” se refiere a eso atávico, remanente del pacto. Otros interpretan, según Reik, que Dios, con el sonido del shofar, abandona su severidad de juez para hablar a su pueblo desde la misericordia, la que toca su corazón. La emoción aparece con la empatía que siente Dios con el humano sufriente. También dice que el sonido del shofar aparece como un medio para apaciguar a Dios.
Reik habla de algunas referencias a Satán, representante diabólico del Mal, que puede influir en la balanza del tribunal divino, donde algunos son pecadores y otros son justos. No me detengo en ello, forma parte de las supersticiones imaginarias. El mismo Reik declara sentirse asombrado por la variedad de conceptos morales y teológicos que conciernen al shofar.
Los sabios del Talmud y los estudiosos del tema que Reik consulta son interminables; hay mucha literatura sobre el tema. Uno de ellos, Michael Sachs, ofrece una definición: «El tono inquietante y quejoso del instrumento…es un grito para despertar las conciencias adormecidas de los pecadores mundanos y la penitencia que les corresponde. Maimónides [Córdoba, siglo XII] lo dice con claridad: “Despertad hombres dormidos de vuestro sueño, y vosotros, hombres aturdidos del mundo, salid de vuestro letargo. Mirad vuestros actos y arrepentíos. Mirad vuestras almas para mejorar vuestros actos y vuestra vida. Que cada uno de vosotros se aparte del camino pecaminoso y de los pensamientos donde la piedad está ausente”».
El shofar es la señal que advierte del castigo e induce al recogimiento. Otros hablan del pecado que habita en el hombre. El shofar indica la hora de la espiritualidad para una vida interior religiosa que apunta a la alianza con Dios y con sus mandamientos y apunta a la memoria del pacto iniciático con la totalidad de la religión judía. Varias son las interpretaciones que a veces inducen a la confusión —lo dice también Lacan—.
Una interpretación mía: en el tumulto ruidoso del Sinaí también podemos entender la dimensión paranoide de Dios para un sujeto anonadado ante algo que es irrepresentable, un encuentro con lo real. Un dios sin representación es inquietante. El shofar es la solución que el sujeto inventa para un goce en exceso y su desbordamiento, y podría entenderse como una metáfora paterna.
Es cuando Reik decide aplicar el método psicoanalítico, en una tentativa de explicación, y para ello se refiere al capítulo XIX del Éxodo, donde se sella la alianza (brit) entre Dios y su pueblo. En este sentido, el sonido del shofar sería la expresión de la voluntad de Dios. Explica la escena en el monte Sinaí, donde el fuego y el humo, acompañados por las trompetas, un caos de estruendos, sellan este momento de fervor y temor. Reik concluye que el shofar es precisamente la voz de Dios que el pueblo atemorizado escucha, lo único que oye en el Sinaí y que confunde con la voz de Dios.
Literalmente, Reik dice: «El sonido del shofar es la voz de Dios». Pero también se pregunta: ¿Qué significa tal afirmación? ¿Por qué precisamente la trompa representa esa función? Habla de los dioses de la antigüedad, del búfalo o el toro. Muchas religiones del antiguo oriente veneraban a un animal poderoso con cuernos. Apis y Anubis en Egipto. Los dioses de la antigua Babilonia llevaban el sobrenombre del toro —Marduk— entre ellos. Los ejemplos son interminables y dan cuenta de un estudio antropológico muy valioso y profundo realizado por Reik. Cuando los cuernos eran una cosa divina y noble.
Si el dios primitivo de los judíos era un toro o un carnero, este deviene animal para el sacrificio (interesante como tesis: sacrificar a los dioses). La Cábala nos da otra versión de la Génesis; habla del zimzum, la retracción de Dios en la creación. Para crear el mundo, Dios se retira. Esta tesis contradice la versión de Lacan, que seguramente la desconocía. Lacan dice que Moisés, cuando baja con las Tablas, ya ha matado a Dios, y luego describe la comida totémica del becerro de oro.
Con la Aquedah —el sacrificio de Abraham— hemos visto que queda un resto de la operación simbólica, el cuerno como la voz recordatoria de la memoria. El profeta Amos dice «Yahve muje». El dios totémico se ve reemplazado por un dios mucho más evolucionado. Yo diría un dios abstracto, sin imagen ni consistencia física; solo queda su voz. Queda su escrito, la Torá, y las tablas de la ley. Tras la muerte del Padre queda eso: la Ley que lo sustituye. Reik habla de tres tiempos. El primero —primitivo— es el dios animal. El segundo es el cuerno como resto. Y el tercero un dios purificado de toda representación terrestre, abstracto para los iconoclastas. Abraham destruye los dioses de su padre, unos dioses de barro. Dios Padre le ordena: ¡Vete! —Lej Lejá—, y él se marcha siguiendo el mandato divino.
El animal totémico, ancestro del dios primitivo, se representa en el shofar. También se podría hablar de las transformaciones de Dios y lo que queda del mismo; un resto de voz, o el shofar.
Reik alaba el escrito de Freud Tótem y Tabú como uno de sus escritos más excepcionales, que establece la proximidad entre el sacrificio del animal totémico y del Padre de la horda. El animal totémico cede su lugar a un concepto más elevado y espiritual de Dios, del cual solo queda la voz, la voz del Padre muerto. El shofar es el recordatorio del sacrificio y del crimen perpetrado en la antigüedad y de la culpa remanente, que incita al remordimiento y al progreso moral. El sonido del shofar prohíbe la repetición del crimen y obliga a la renuncia a los goces primitivos. De ahí su profunda significación para la vida psíquica inconsciente; la angustia que todavía perdura del último suspiro del Padre en su agonía. Esa angustia se repite para algunos niños en su relación con el animal. Véase el caballo para Hans o el gallo para Arpad (Ferenczi), señal de los sentimientos hostiles contra el padre.
El cuerno, para Reik, representa la potencia divina. En cuanto potencia, Reik lo refiere a un símbolo sexual del órgano genital del macho. Toma de Seligmann la equivalencia de cuerno=penis. En la lengua misma se puede rastrear esta equivalencia. En italiano, corno designa el penis. “Poner los cuernos” también guarda su relación sexual. Y vuelve a las fobias infantiles, cuya angustia esencial se refiere a la amenaza de castración. En la horda primitiva, tras el asesinato del Padre, los hijos desean apoderarse del gran pene paterno y de su potencia sexual. Y sin embargo, Reik insiste en esa determinación sexual que Lacan discutirá. Él insiste: la voz y la música tienen una gran capacidad de seducción sexual. Todo ello está relacionado con la represión del contenido sexual, cuya presencia se delata por el sentimiento de culpa y la necesidad de expiación. Reik lo equipara a la neurosis obsesiva, que en su cura desvela el retorno de lo reprimido para explicar su origen traumático. Eso explica para Reik la justificación psíquica que producen las concepciones sublimadas de la ortodoxia judía en la construcción del shofar: las tendencias hostiles y rebeldes contra el Padre divino y la amenaza y peligro que conllevan, recordatorio del crimen primitivo. Y escribe: «La voz de Dios nos recuerda el crimen cometido sobre él mismo. Como en los síntomas de la neurosis obsesiva, el ceremonial edifica una barrera de defensa protectora contra las tentaciones percibidas de forma subjetiva. Por ello el shofar deviene la promesa de expiación del crimen inicial. Los judíos han expiado su crimen a través de largos sufrimientos. ¿Queda la cuenta saldada? Para Reik, las tentaciones inconscientes del pecado no desaparecen. El shofar sirve para moderar esas tentaciones, vencer al Mal. Reik dice que el shofar deviene un mecanismo de defensa y habla de un paciente de Freud que explica, desde la clínica de la neurosis obsesiva, a los que blasfeman en sus plegarias y mezclan los insultos inconscientes y sacrílegos contra Dios. El shofar obliga a renunciar a las pulsiones prohibidas, pero a la vez es un recordatorio y un retorno del goce prohibido. Un auténtico conflicto que se asemeja al que vemos en la clínica de la neurosis obsesiva.
En Yom Kippur el conflicto se resuelve con la resurrección del Dios Padre y su perdón. El Gran Perdón de Dios que perdona las faltas de sus hijos y los bendice. Es la expiación del pecado original.
Reik explica que hay otros rituales parecidos en otros cultos y que eso nos remite a los mismos fundamentos de la religión, a saber: al sentimiento de culpa, la nostalgia del Padre y la rebeldía del Hijo. Según la enseñanza de Freud, la estructura de la neurosis obsesiva es parecida a la religión. Esta semejanza explica la ambivalencia del acto. Es el compromiso y obediencia a los mandatos divinos, del Padre primitivo, y a la vez la tentación de su violación.
Según Reik, el ritual religioso judío pone de manifiesto el carácter indeleble e intemporal de los sentimientos inconscientes. El shofar replica las pulsiones potentes que nacen en la prehistoria y prosiguen hasta la actualidad. Hay que conocer la historia de este pueblo para entender el amor que le une a Yahvé (Hashem) y a la vez el rencor y la rebeldía que este les inspira.
Un breve añadido mío:
En el Éxodo, versículo 20.15: «Y todo el pueblo vio las voces. Todo el pueblo fue testigo de los truenos y los relámpagos — Vekol haam roim et hakolot—, el sonido del shofar y el humo de la montaña; entonces es cuando retroceden y toman distancia». Hay varias interpretaciones. Esta frase aparece justo después de haber visto los diez mandamientos. Rabi Akiba dirá que si el pueblo ha visto las voces es porque hubo un milagro en el monte Sinaí. Las palabras de la revelación se han inscrito en forma de letras (o grabado en la piedra); hay efectivamente una visión de las letras, de la escritura. Según M. A. Ouaknin, es en la escritura donde la voz desconocida se ve, sin imagen y sin ídolos. Es ahí donde se produce el paso de lo visible del mundo a lo audible del lenguaje. La trascendencia se enuncia en tanto texto en el discurso. Escuchan los truenos y el shofar y ven la escritura de los mandamientos. El shofar es el anuncio del Sefer, del libro escrito, la Torá.
Hay muchas referencias judaicas en el Seminario 10. Y sin embargo, Lacan dice en La ciencia y la verdad: «No me consuelo de haber tenido que renunciar a enlazar la función del Nombre del Padre con el Estudio de la Biblia». Queda pendiente esta deuda.
Como estudiosos de Lacan y lo que entendemos del Seminario La Angustia, hay una relación muy especial entre judaísmo y psicoanálisis, por múltiples razones, pero en este Seminario el hilo conductor es la falta en la estructura en sus diferentes modalidades: la circuncisión, la “libra de carne”, la deuda, el sacrificio, el shofar, o el objeto a.
El pacto con Dios, con el Libro de la Ley, es sellado por la circuncisión, que en hebreo se llama Brit Milá (brit es “alianza” o “pacto”, y milá significa “palabra”). La circuncisión es literalmente un pacto de palabra, o con la palabra, y a la vez, la marca sobre el cuerpo de una falta: el resto sacrificado que hay que pagar por la entrada en el lenguaje.
Autora: Daniela Aparicio
Presentado en el Seminario de ACCEP el 21 de Enero, 2023.