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El intento por poner en orden este enjambre de ideas que a menudo conviven en mi cabeza es una experiencia que para mí tiene cierto parecido con lo que nos reúne hoy aquí, a saber, los a-efectos del lenguaje sobre el ser humano.
En primer lugar, creo justo intentar explicar el título que lleva mi ponencia, Desde el bolsillo del psicótico, en un intento de condensar el trabajo teórico realizado a lo largo de los meses del verano pasado:
Sabemos que la clínica de la psicosis ha sido históricamente abordada a partir de la mirada, es decir, basándose en la observación de la fenomenología que presenta el paciente, al menos desde el punto de vista de la psiquiatría previo al nacimiento del psicoanálisis.
A partir de esta clínica de la mirada han surgido numerosas teorías sobre la locura a base de detalladas monografías y estudios, que han sido de un valor incalculable para los profesionales. Pero el saber psiquiátrico se presenta insuficiente –especialmente el actual, que ha renunciado a la minuciosidad clásica- , insuficiente frente a las poliédricas caras de la subjetividad. Sin querer entrar en polémica –o quizás sí un poco-, se constata un auge de la clínica de la angustia a la vez que la clínica del acto –en sus dos vertientes: la del acting out y del pasaje al acto- .
Sabemos que el sentimiento miente -o el senti-miente como decía Lacan- y que la angustia es el único afecto que no engaña. De hecho, la angustia parece tener cierto paralelismo con la violencia, pues ambas emergen cuando no hay mediación simbólica de un tercero. También, desde el psicoanálisis, sabemos que el tercero es el gran Otro, tesoro de significantes, lugar de la palabra. Lacan lo señala explícitamente en el seminario de Las formaciones del inconsciente cuando dice, cito: la violencia es ciertamente lo esencial en la agresión, al menos en el plano humano. No es la palabra, incluso es exactamente lo contrario. Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra.
Es en el terreno de la palabra, del significante, allí donde la clínica de la mirada hace aguas o se presenta como insuficiente, allí emerge la clínica de la escucha analítica cómo la que da voz al sujeto del inconsciente- desvelado de los engaños del yo. Lacan, a lo largo de toda su obra, ha promovido la función y campo de la palabra como piedra angular tanto del análisis como de la constitución subjetiva. Debemos entender el concepto de constitución subjetiva en tanto estructuración o nacimiento del sujeto, y esto no puede tener lugar sin su diferenciación del objeto y del Otro. Entonces, tenemos sujeto y objeto como un binomio irreductible.
En los últimos tiempos, volviendo al título de la ponencia, mi interés ha ido orbitando alrededor de la experiencia psicótica en sus múltiples vertientes, especialmente por lo que se refiere a los retornos de lo real. Es decir, aquellas vivencias o manifestaciones sintomáticas
inefables, que pasan por fuera de la palabra pero que por paradójico que pueda sonar, son precisamente efecto de lenguaje. Estos retornos de lo real –un término quizás complejo para quien no esté familiarizado con los registros lacanianos de Imaginario, Simbólico y Real-, se puede traducir de alguna manera cómo un reencuentro del sujeto con algo que no debería estar ahí. Algo adviene en el lugar que debería faltar. Esta es precisamente la fuente de la angustia. Y esto con lo que el sujeto se topa es el objeto a.
Hay una película que os recomiendo a todos –A cielo abierto-, en la que un analista de una institución (1) que trabaja con niños con psicosis y autismo, usa una metáfora para describir la noción lacaniana de objeto a. Vendría a ser algo así:
Imaginemos que el cuerpo es la tierra y que el lenguaje un meteorito. Cuando ambos chocan se pueden producir diversos escenarios.
Digamos que en algunos sujetos se crea algo parecido a una “simbiosis” entre lenguaje y cuerpo, una coalescencia entre ambas dimensiones. En este choque y enganche sale volando un trozo que se pierde, es lo que llamamos el objeto a. Es decir que hay una pérdida inaugural. En este caso, cuando este pedazo –que pertenece tanto a la tierra como al meteorito- se pierde, estamos en el terreno de la neurosis. El objeto a es lo que causa el deseo en el sujeto, pues lo busca incesantemente en el Otro, en el mundo. El capitalismo explota esta situación: “si consigo esto o lo otro, seré feliz” “busca aquello que te llene, que te complete” “encuentra tu persona vitamina, incluso”. El objeto, por suerte, no se recupera, por esa razón podemos seguir deseando.
El psicótico no ha experimentado esta pérdida del objeto, pues el choque entre cuerpo y lenguaje ha sido distinto. Se constata en la clínica que el sujeto psicótico experimenta fenómenos corporales de múltiple índole y que asiste a ello con graves dificultades para explicarlo mediante la palabra. En todo caso, cómo el objeto no se ha perdido, Lacan dice que lo lleva en el bolsillo. Y el efecto es que el mundo, el Otro, podríamos decir que empieza a girar en torno al sujeto psicótico. Ya no es el sujeto que busca el objeto en el Otro, si no que es el Otro quien lo busca en él. El Otro quiero algo de él, muchas cosas de él, que lo sumergen en vivencias enigmáticas, de perplejidad, persecutorias, etc. respecto a su alrededor.
Pues es el lenguaje -como ha señalado con sus bonitas palabras nuestro colega Andrés-, que nos precede antes de nacer y nos habita, nos envuelve en su manto de significantes al entrar en este mundo, pero frente al cual cada uno se las verá como pueda –sin manual de instrucciones- y elegirá de forma insondable una manera de vérselas con esto que el lenguaje nos obliga a perder,a ceder. Ésta mordedura del lenguaje, este precio que debemos pagar, es lo que en términos Freudianos denominamos la castración.
Vais viendo cómo, para intentar explicar la experiencia psicótica, sus avatares con las manifestaciones del objeto sin mediación del significante, me veo obligado a hacer un retroceso hacia los procesos de constitución subjetiva. No se pueden entender estos fenómenos ni sus múltiples variantes sin transitar previamente por la primerísima infancia, en la que se juega la estructuración del mundo y en consecuencia, del mismo sujeto. Nuestra compañera Montse va a explicar posteriormente una de las condiciones para que el significante entre en el cuerpo del sujeto, para que la voz deje de ser puro goce y ruido y se termine recortando en palabras, algo que pueda hacer cadena y en consecuencia, que permita al sujeto entrar en el discurso.
Frente a esto, vale la pena mencionar como hay sujetos -que podríamos llamar sujetos a la espera- que están en el lenguaje y disponen de él, pues se han visto sumergidos en el mundo de significantes, pero que se mantienen fuera de discurso. Cuando digo discurso, me refiero a aquello que les permite hacer un vínculo social. Es decir, que su uso del lenguaje no hace un vínculo con el Otro ni con los semejantes. Hablamos aquí de los autistas. Recordemos: dentro del lenguaje pero fuera de discurso.
Esto resulta interesante pues tiene consecuencias clínicas, más allá de la cuestión social. Este es el segundo interrogante que me generó trabajar con pequeños sujetos autistas y psicóticos: ¿Se puede constatar una diferencia respecto a la localización de goce? ¿Y en ese caso, nos permite orientarnos respecto al difícil diagnóstico diferencial?
Me paro aquí, para intentar aclarar el concepto de goce, muy complejo en sí mismo, lo voy a intentar clarificar con un famoso dicho de Lacan (s.17, el reverso del psicoanálisis): el goce es como el tonel de las Danaides (2), una vez que se entra no se sabe hasta dónde se va. Se empieza con las cosquillas y se acaba en la parrilla.
Es decir, cómo Freud captó en un segundo momento, en Más allá del principio del placer, aquello que parecería ser una búsqueda de placer por parte sujeto, termina siendo un exceso y fuente de una excitación imparable en el cuerpo, que lo lleva a la angustia. Unas cosquillas que van demasiado lejos, como en la edad media -cuando podían tomar la función de instrumento de tortura-. El concepto no se agota aquí -pues podemos hablar de distintos tipos de goce- pero espero que les sirva a algunos para hacerse una idea.
Entonces, volviendo al lugar del goce: en el autista se observa una falta de localización de este goce, el cuerpo del niño y el mundo mismo -que forman un continuo, no se diferencian- sucumben a la angustia y a un exceso de goce que es imposible de circunscribir, de situar fuera, pues no hay dentro-fuera para empezar. Es decir, el mundo mismo es una extensión del cuerpo del autista.
En cambio, el sujeto psicótico tiene más recursos frente a esto que retorna como de más: este plus-de-goce del objeto a, como decíamos antes, aquello que no debería estar ahí y que aparece. Si nos ceñimos a dos de las clasificaciones clásicas de la psicosis -me refiero a la paranoia y a la esquizofrenia, vamos a dejar de lado la manía y la melancolía para explicar esto- vemos una diferencia importante. En la paranoia, el kakón3 se encuentra situado en el Otro, lo que significa que el goce se ubica fuera del sujeto, en el mundo. El delirio de persecución obedece a esta lógica de situar el vector de goce del Otro hacia el sujeto. “Ojalá se muriera mi madre, me hace la vida imposible. También su familia, porqué mi abuela es igual y mi tío es un inútil, me han desgraciado la vida. Ojala el cáncer los fulmine.” Para esta sujeto de estructura psicótica, su madre y su núcleo más cercano encarnan con certeza este Otro que le quiere mal, que le arruina la vida.
En la esquizofrenia, podemos decir que el gran Otro del lenguaje ha sido forcluido, falla radicalmente la simbolización más primaria. El Otro es lugar de la palabra, tal como decíamos antes, y es la palabra lo que mediatiza las relaciones entre humanos, sin la cual nos vemos
arrojados a la violencia. Entonces, si falta -o falla, más bien- el lugar de la palabra, de la ley que media entre iguales, el sujeto esquizofrénico vive la relación con sus semejantes, con los demás, cómo alienante. ¿Qué significa esto? Pues que en esquizofrenias desencadenadas se produce una regresión al estadio del espejo en su función más elemental, la de unificar el cuerpo, y esto tiene sus implicaciones a nivel imaginario.
El semejante se vuelve amenazante, pues el sujeto se confunde, a falta de tener un yo unificado, un cuerpo propio que lo separe del mundo: el sujeto se confunde con sus iguales. El goce se sitúa en el semejante, demasiado cercano al sujeto, que queda pegoteado imaginariamente a él. Una paciente me decía: cuando estoy frente a una chica, me veo obligada a copiar todo lo que ella hace. Su imagen, sus expresiones, su manera de ser. No puedo evitarlo. En este ejemplo se constata como su imagen especular, su yo, queda fragmentado y requiere de identificaciones imaginarias al yo del otro para poder sostener su identidad, podríamos decir. Cuando ella habla de “copiar”, no se trata de una metáfora, es algo que roza lo mímico. Otro sujeto, de diez años, me decía en un momento muy angustiante para él: necesito que unos científicos me digan porqué cuando los niños de mi clase gritan, sus gritos se me meten dentro y me enfado sin poder parar. Ciertamente es así para este niño, que enloquece cuando sus iguales entran en crisis -momento en que experimenta fenómenos de fragmentación corporal y retornos de lo real en forma de alucinaciones verbales-. A falta de la palabra, vemos que el goce se sitúa entonces en el semejante que invade al sujeto, lo invade en el cuerpo y en el pensamiento, sin posible mediación simbólica.
Volvamos a la cuestión de la localización de goce en la psicosis y el autismo. Luis Izcovich, psicoanalista con un largo recorrido en autismo y psicosis infantil, lo resumía así (4): hay una amenaza localizada en el Otro en el caso de la paranoia, localizada en el semejante en el caso de la esquizofrenia (5), y es el mundo en su conjunto que es una amenaza para el autista.
A mi manera de entenderlo, el hecho que el goce se localice en el semejante podría deslizarse más en el terreno de la parafrenia o la llamada esquizofrenia paranoide, pues lo específico en la llamada esquizofrenia es (1) la invasión de goce en el cuerpo, que queda fragmentado, y (2) la elisión de la barra entre significante y significado. La aclaración sobre el segundo punto se la debo a Josep Moya. Se constata en la clínica que hay sujetos que llegan a perder su léxico y deben reconstruir la cadena significante. Entonces, volviendo a la localización de goce en el semejante que Izcovich postula, podría entenderse en términos del yo, pues si la representación de la imagen especular del sujeto i(a) estalla y no cumple su función de unificar el cuerpo, es posible que el yo del sujeto se confunda con el semejante… de ahí la invasión. Es clínicamente palpable… aunque convendría explorar más esta cuestión.
Orientarse a partir de la localización del goce es una manera fundamental de intentar comprender las distintas respuestas del sujeto frente a los retornos de lo real y frente la angustia, y para intentar hacer una buena clínica diferencial, cosa que encuentro muy difícil, especialmente en las psicosis infantiles y el autismo. El auge de diagnósticos TEA da cuenta de esto, pues se borra el análisis riguroso del sujeto para situarlo en un cajón de sastre.
Volvemos al lenguaje, y al impacto que éste tiene sobre el cuerpo del sujeto. Recordemos que en la psicosis no se pierde nada, este pedacito que en la neurosis sale volando y que se sitúa fuera, el sujeto psicótico lo lleva encima o más bien, lo reencuentra, en estas experiencias de
retornos de lo real. Sus consecuencias, pues, son observables en su dimensión significante. Veamos temporalmente este proceso:
- En un primer momento, frente al reencuentro de aquello que no debería aparecer, hay un instante de perplejidad, es decir, de vacío de significación. El sujeto no sabe lo que le pasa, pero sí sabe que le concierne a él.
- En un segundo tiempo, este agujero en el sentido, en el mundo simbólico, se intenta suturar con la certeza, a partir del trabajo delirante. La interpretación delirante o la certeza de la alucinación vienen a inyectar sentido en el lugar de este real, a parar el deslizamiento de la cadena significante6.
- Y para concluir, la angustia que genera la emergencia de un significante fuera de la cadena, es frenada por el sentido del delirio, por la certeza. Esta angustia psicótica queda recortada entonces a partir de la palabra y la restitución de la cadena.
Instante de ver, que deja perplejo, tiempo de comprender, de dar sentido, y momento de concluir, de frenar la angustia anudando algo de la estructura.
Vemos pues, que el desencadenamiento psicótico y sus intentos de estabilización no pueden separarse de su función significante. Por esa razón, pienso que entender el psiquismo humano es muy difícil sin comprender la función del lenguaje, en su triple dimensión:
- La primera es su condición estructurante, que permitirá el nacimiento del sujeto -es decir más allá de ser un organismo viviente- , dimensión de sujeto en tanto diferenciado y separado del Otro, como hemos dicho.
- La segunda dimensión es el manejo que el sujeto hace del lenguaje, que nos da unas pistas fundamentales para la clínica. El estatuto que tiene la palabra para ese sujeto, pues vemos que es muy distinto según la estructura y sus diferentes modalidades.
- Y finalmente, cómo resultado de todo esto, dónde se localiza el goce del sujeto que tenemos enfrente y que nos confía el lugar de testimonios de su verdad.
Estos tres puntos son, en mi opinión, los que nos pueden orientar en la clínica de la psicosis y permitir al analista situarse en el lugar más adecuado para poder acompañar al sujeto en su experiencia, siempre singular.
Gracias a todos y espero que os animéis a participar en el debate.
Autor: Pau Borrat Rivera, Analista miembro de ACCEP y de la IF-EPFCL.
1 Se trata de Le Courtil, situada en la frontera franco-belga.
2 Las Danaides, hijas del dios griego Dánao, fueron condenadas tras su muerte a llenar con agua un tonel que no tenía fondo.
3 Lacan utiliza el concepto de kakón para nombrar lo real de goce a nivel del cuerpo. De todas formas este concepto es previo al de objeto a y al de goce. “Lo que el alienado trata de alcanzar en el objeto que golpea no es otra cosa que el kakón de su propio ser”. El kakon es un sentimiento desagradable que invade al sujeto psicótico, produciendo un sufrimiento insoportable que lo lleva a liberarse del mismo via el empuje a golpear, produciendo lo que Lacan denominó el “alivio efectivo”. El enfermo trata de golpear a la enfermedad objetivada.
4 En su disertación sobre la “Clínica diferencial de las psicosis en la infancia” en el marco de unas jornadas en el FOE. Recuperado de: youtube.com/watch?v=36_jq1XXzMA
5 Aquí conviene puntualizar, ya que esto puede llevar a confusión.
6 Pues carece del significante fálico, la metáfora del NdP, que opera de punto de capitón y que permite dar una significación aprés coup en el discurso del sujeto. Es decir, si el significante del nombre del Padre, portante de la ley, falta, el discurso puede perderse en una metonímia incesante y en consecuencia, deja de representar al sujeto en su decir. Es el sujeto que es hablado por el Otro, pues las palabras no le representan, si no que le vienen impuestas desde afuera.
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