SOCIEDAD VIRAL
“Pero, ¿Qué es el aura? El entretejerse siempre extraño del espacio y el tiempo; la aparición irrepetible de una lejanía, por más cerca que ésta pueda hallarse.”
Walter Benjamin
¡Corte! – Momento de comprender
El siglo pasado, Paul Valery nos advertía que ni la materia, ni el tiempo, ni el espacio eran desde hace veinte años lo que venían siendo desde siempre y que era por tanto preciso hacer una lectura de las novedades tan grandes que transformaban la técnica de las artes y operaban sobre la inventiva en las mismas. De allí que Walter Benjamín nos obsequiara, a la humanidad, un invaluable tesoro: “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”, para denunciar, en una primera instancia, cómo el Arte no escapaba a la sociedad de consumo de masas ni por supuesto a la influencia de los medios de comunicación masivos que proyectaban las escenas más representativas de este espectáculo en el que ha devenido el mundo.
En la actualidad, 84 años después de que esta obra fuese escrita, vemos cómo en nuestros días el arte se confunde a menudo con el entretenimiento. Hoy por hoy, ir a Louvre o al Prado es parte del mismo itinerario de excursiones turísticas de las vacaciones, habiendo devenido los museos en puntos de atracción en los cuales miles de personas pagan una entrada simplemente con el objetivo de sacarle una foto a la Gioconda o a Las meninas para luego subirla a las redes, lo cual nos demuestra que, como sociedad, hemos olvidado la función ancestral del arte, originariamente ligada a los ritos culturales, la tradición e incluso a un cierto misticismo. Por este mismo motivo, hasta hace poco tiempo, se llegó a debatir al respecto de si un ordenador podía o no dar a luz una obra de arte, pese a que en la obra antes mencionada, Benjamín advirtiera que, al pasar por las máquinas y ser puesto al servicio de la reproducción masiva, el arte se volvía algo frío, sin aquí ni ahora, potencialmente técnico y, como es de esperar, mecánico, al punto que llegar a perder su condición de arte.
El arte, a través de la reproductibilidad técnica, pierde el “aura”, nos dice el filósofo, y fíjese que este significante comparte casi exactamente la misma etimología que la palabra “alma”, ambas remiten a “soplo”, “aire”, a algo que adviene desde un rincón muy profundo e inmanente en el humano. Sólo los humanos tenemos alma – concepto que por cierto aún genera muchas discrepancias – y ésta es algo que sin duda jamás podremos replicar en las máquinas, por mucho que se intente.
El arte es el reflejo de una época, el compás de un tiempo determinado, el testigo de nuestros ritos y tradiciones más primitivas, el lienzo devolviéndonos la mirada – siempre perdida en el campo de lo otro – y por tanto recordándonos nuestro lugar, el punto exacto en el que estamos situados. Es la brújula que nos orienta como humanidad, siendo su función la de transmitir lo esencial de lo humano, lo demasiado humano. El arte, como decía Nietzsche, es la actividad propiamente metafísica del hombre, por eso es que si se ve modificada su función en una sociedad, esto nos refleja que también se han visto drásticamente modificados en dicha sociedad aspectos cruciales como la vida cotidiana, los vínculos, tanto con los demás como con uno mismo, los afectos, la relación y la defensa ante lo Real, es decir, ante La vida.
Parto desde la íntima sensación de que no hubo mejor momento para empeñarnos en una lectura de nuestra época que estos que transcurren ahora mismo en el mundo, a veinte años de haber comenzado el siglo XXI. Nos hemos visto llamados de pronto a “volver a casa”, al espacio privado, a lo íntimo, hemos dejado atrás los estruendosos ruidos de las calles, de los claxon, del murmullo del gentío, hemos apagado las luces de las calles que de tanto que nos encandilabanno nos permitían ver hacia alrededor, hemos abandonado por un instante los centros comerciales y los bares por las noches. Es buen momento para pensar la época porque nuestra experiencia vital de pronto se ha ralentizado, denotándonos un cambio en nuestra relación con tiempo y el espacio.
La repentina aparición de un virus que puso los cuerpos y las relaciones humanas en riesgo representa ahora mismo en nuestro tiempo un corte, un corte abrupto cuyos efectos todos hemos podido sentir hoy en nuestra vida cotidiana y que introduce en nuestras representaciones algo de aquello que Aristóteles llamaba la Thyché. Para emplear un lenguaje más del orden de lo cinematográfico, podríamos pensar que el momento en el que estamos ahora podría equivalerse con la escena justa en la que el Director de la película grita ¡Corte! Con fines de introducir un cutting on action, es decir, para detener el acto, y cambiar… puede cambiar de plano, de perspectiva o simplemente haciendo avanzar el relato. En este sentido, el virus ya no sería sólo ese agente patógeno destructor de vidas humanas, sino que también podría pensárselo en tanto que logra introducir en nuestra sociedad actual ese corte que tanto necesitábamos en lo que creíamos era la Normalidad, logrando frenar, al menos por un instante, toda esa serie de repeticiones mecánicas que fueron justamente las que nos predispusieron a enfermarnos, como humanidad.
En la Crítica de la razón pura Kant formula un esquema de la razón al cual bautiza como “Arquitectónica de la razón pura” en el que presenta a la física y la psicología dentro de la misma categoría de lo que sería el “Conocimiento inmanente “. Desde hace tiempo que se viene demostrando que la física y la psicología tienen mucho de qué hablar, pudiendo retroalimentarse la una con la otra, pues no son tan opuestas y diferentes como uno pensaría a simple vista.
En términos más ligados a la física, podemos pensar que ese momento histórico que vivimos, habiendo experimentado lo que en psicoanálisis definiríamos como el advenimiento de un Real, bien podría asociarse a la súbita formación de un agujero negro en el cosmos, asunto que incluso antes de Hawking mantiene a los astrofísicos interesados. Lo interesante, es que los agujeros negros no pueden verse ni tocarse, no puede apreciarse por ninguno de nuestros sentidos, sino que sólo sabemos de su existencia por los indudables efectos que estos huecos sin fondo generan en el universo.
Pues esto que ocurre allá a lo lejos, en un supuesto “afuera” en el cosmos, no es muy diferente a lo que ocurre aquí cerca, en este supuesto “adentro” que es la subjetividad humana, la cual también – como sucede en el universo – al formarse un súbito agujero negro, de pronto se ve obligada a formar un horizonte de sucesos que logre bordear ese vacío, delimitándolo del tiempo y del espacio y compensando el juego gravitacional de fuerzas que se han producido. Lo curioso es que, como advertía Karl Sagan, estos agujeros misteriosos, justamente por el hecho de ser huecos, podrían servir de túneles, de conductos capaces de transportarnos hacia otra parte, hacia un más allá del tiempo y del espacio.
Es mucho más difícil que se produzcan grandes re-flexiones en momentos de automatón, sumergidos en esa constante repetición de lo mismo dado que justamente la repetición evita a la conciencia y a la razón, no las necesita, ya que allí ello actúa por sí sólo. Basta poner como ejemplo nuestra vida cotidiana, en la que uno casi no piensa sino que hace todo de forma automática, tan automática, mecánica y repetitiva que a veces llega a asustar.
Por tanto, es en estos momentos de Tyché, en lo que serían los cortes del continuo, donde puede surgir la novedad, donde puede introducirse tal vez un cambio a nivel de las formas, dado que la materia, como demuestra la física, es siempre la misma.
Hoy, más que pensar en si volvemos o no a esa Norma lidad, deberíamos aprovechar esta intromisión de Real, de incertidumbre o agujero negro, en nuestras vidas para pensar más bien cómo es que estábamos viviendo hasta hace poco, como actuábamos casi “hipnotizados” en medio de la vorágine y el amontonamiento de las ciudades modernas llenas de ruidos, luces, carteles publicitarios, humo y distracciones, creadas expresamente por el humano, para no ver, para no oír, para no pensar, sino solo consumir y por tanto, entretenerse.
El advenimiento de Lo viral
Comienzo con una pregunta: ¿Acaso no ha devenido el significante “Viral”, desde hace algún tiempo, como uno de los significantes “amo” de nuestra época? ¿No lo escuchamos resonar por allí constantemente, ya sea para referirse a retos, bromas o tendencias?
En pleno siglo XXI, sumergidos en un mundo de pantallas y dispositivos electrónicos “súper – inteligentes”, vemos cómo todo puede de pronto devenir en un fenómeno “Viral.” Un chiste, un blooper, un niño enterrando una cata, un acto fallido, una equivocación, una reunión con amigos… Lo viral no tiene límites, sino que pareciera estar expandiéndose en nuestra época a la velocidad de la luz, o mejor dicho, a la velocidad del Internet.
Es muy frecuente en nuestros días ver a un ciudadano que acaba de percatarse de un gran incendio en alguna de las calles aledañas coger rápidamente el teléfono móvil, pero no precisamente para llamar a los bomberos, sino para filmar la escena y subirla en vivo a las redes sociales. Si obtiene muchos views consigue hacerse viral, lo que significaría que ha llegado a los ojos de cientos de miles de personas.
Desde que hacemos uso de esta herramienta que bien podría equivalerse con la invención del fuego para el humano, a saber, El Internet, podemos decir que lo viral es un puro fenómeno, unacontecimiento que por determinados motivos logra expandirse rápidamente y llegar a rincones del mundo insospechados. Esto nos lleva a pensar, que lo viral, tiene el carácter de “fenómeno espectacular”, fenómeno que se esparce velozmente en el espacio, se reproduce o replica casi mecánicamente como un virus al entrar en un cuerpo, y consigue ser mirado por miles o millones de personas.
Por tanto, decir que un fenómeno se ha vuelto “viral” equivale a decir que “lo ha visto mucha gente”, y así, tan velozmente como se desparrama y esparce de forma acelerada, al poco tiempo – aproximadamente una semana- el espectáculo remite, desaparece gracias a los anticuerpos que se han generado contra éste, hasta que al poco tiempo vuelve un otro mutado y el proceso se repite.
Todo en nuestra época, incluso cómo no el mismísimo universo, se expande sorprendentemente a velocidades cada vez más aceleradas, sin saber cómo ni a hacia dónde, y sin dejarle a nuestra mente el intervalo necesario para aprehenderlo, para elaborarlo, para incorporarlo. Un dato curioso es que el concepto de “expansión acelerada del universo” que llevo a Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riessen en el 2011 a ganar el premio Nobel de física, se formula en el mundo justamente el mismo año en que el Internet llega a nuestras casas, a nuestras vidas cotidianas. A fines de la década del 1990, rondando el año 98.
El universo entero hoy se expande y se acelera a la velocidad de internet.
Es la llegada del Internet a nuestras vidas y sus efectos en el psiquismo lo que ha llevado a cambiar de manera significativa nuestra relación con el tiempo y el espacio en los últimos veinte años.
Los “Millennial generation” o “eco boomers”, producto de la enorme cantidad de nacimiento que se produjeron entre los 80 y los 90, por parte de los “baby boomers” fuimos una inmensa generación que nació sin internet ni tecnología y pasó gran parte de su infancia sin tener incluso nociones de éstos, hasta que un día vimos que de pronto el primer teléfono móvil había llegado a nuestras manos y a partir de allí, nuestro crecimiento fue incluso superado por el de estos dispositivos electrónicos y las nuevas comunicaciones. La sucesión de objetos y el “avance” en cuanto a sus funciones y utilidades para la vida cotidiana del individuo de a pie era tan veloz que no le dejaba tiempo a nuestra mente de procesar y aprender a utilizar uno que ya teníamos el siguiente modelo, supuestamente más inteligente que el anterior, en nuestras casas.
A partir del año que inaugura el milenio, el 2000, la tecnología se incorpora a la vida cotidiana y comienza a crecer a una velocidad que es casi equivalente a la de la luz.
En este recorrido, la transición del supuesto mundo “real” a uno “virtual” fue efectuándose mientras siquiera nos enterábamos ni podíamos investigar sobre sus enormes efectos en nuestras vidas, sin imaginar las relevantes modificaciones que esto traería en cuanto a nuestra vida cotidiana, nuestra forma de relacionarnos con el tiempo, el espacio, la materia y los otros, así como también, por supuesto, con nosotros mismos.
Hoy, es justamente gracias a este corte, a ese cutting on action, que podemos apreciar dichos efectos con más claridad.
El internet y la Red mundial
Las máquinas inteligentes – todos aquellos artefactos a los que podríamos considerar smarthings – que hemos creado para auxiliarnos, conservan una más que “favorable ventaja” a comparación nuestra: No cometen actos fallidos, no introducen lapsus en sus dichos, no saben nada de dobles voluntades, ni piden aumentos de salario, esto sin contar que se equivocan mucho menos y sus cálculos son siempre exactos, resultando ser aparentemente más “funcionales” que el humano. Pero ¿Funcionales en qué sentido? ¿Para quién? Las smarthings, estas máquinas que piensan por nosotros, son mucho más funcionales a una sociedad que se rige por el consumo y cuyo motor es la producción de mercancías.
Precisamente, por no habitar en constante contradicción dado que no tienen inconsciente, es que estas máquinas si bien podrán servirle a la producción, jamás podrán hacer Arte, ya que elarte precisa del inconsciente, de hecho, no hay arte sin inconsciente.
Más adelante volveremos al Arte, pero de momento ahondemos más en esta herramienta que ha logrado transformar nuestras vidas: Internet. Esta asombrosa herramienta que para muchos podría ser lo más parecido que han conocido a la Biblioteca de Babel, es, en sí misma, un nuevo Espacio, espacio cibernético. Si algo nos ha demostrado esta cuarentena es que el Internet podría ser el nuevo espacio público de nuestra época.
El confinamiento ha puesto muchas cuestiones en evidencia: Todo lo que tendíamos a hacer en un supuesto mundo “exterior” de pronto cupo todo dentro una pequeña pantalla. Nuestros trabajos, las relaciones sociales, las clases de funcional, yoga, idiomas, las reuniones, nuestros cumpleaños, las fiestas, etc. Todo lo que antes sucedía en el espacio público, o supuesto mundo “exterior”, de pronto podemos tenerlo también dentro de casa, mientras estamos en pijama y pantuflas, claro que, mientras tengamos delante de nosotros una pantalla que nos permita el acceso al nuevo espacio kybernêtikê.
El internet es espacio, público y privado, susceptible de ser habitado por su mismo creador, el humano. Hoy, ese mundo que tan sólo días atrás encontrábamos en el “afuera” de casa, de pronto vemos que se mantiene de pie dentro de estos dispositivos inteligentes, vinculado a una World Wide Web, a esta enorme red que hemos creado y en la cual ha devenido el mundo.
Digamos que es espacio virtual y así como el propio ojo – según la óptica geométrica – no logra hacer distinciones entre imagen virtual e imagen real, tampoco lo hace nuestra psique, al menos no en una primera instancia. Esto es así debido a que lo virtual y lo Real no son dos cosas diferentes y opuestas como tal vez nos representábamos hasta hace poco, como tampoco lo son el adentro y el afuera, lo lejano y lo cercano, la realidad y la ficción.
El Internet es sin dudas aquello que ha impulsado de forma acelerada la vida que hoy tenemos delante de nuestros ojos, tanto con lo bueno como con lo malo, siendo que tampoco éstas son categorías antagónicas. Hoy vemos que, como mencionábamos anteriormente, nuestra relación con el tiempo ha cambiado, ya que a través del Internet es que hemos descubierto la posibilidad de lo instantáneo, así como también hemos forjado una nueva relación con el espacio, el cual ya no es geográfico sino cibernético, y en éste las fronteras tienden a desdibujarse enormemente.
Internet es la herramienta que ha permitido una economía hiperglobalizada, así como también una gran sociedad humana, en la si bien aún hay – como siempre ha ocurrido – algunos pocos sometedores y otros tantos sometidos, todo está tan íntimamente interconectado que si se produce un terremoto, ya sea económico, social, político, o de cualquier tipo, en Nueva York éste afecta directo, de forma simultánea e instantánea, a las personas que viven en Hong Kong, ya que el mundo entero es hoy esa red inmensa, que se tuerce y se curva, cuando uno tira un objeto con peso en cualquiera de sus ángulos. Digamos que por más que hayamos tirado la pelota en el centro de la red, las demás partes alteraran aunque sea ligeramente su forma, ya que se verán llamadas a contrarrestar el peso de la misma.
Esto podría recordarnos a aquella gran red que Einstein imaginaba al pensar el universo interconectado por una red en la cual se constataba cómo la presencia de un cuerpo en el espacio deformaba invariablemente el “espacio-tiempo” y era precisamente esta deformación lo que atraía a los cuerpos entre sí. Un objeto, como por ejemplo un cuerpo, deforma el espacio, sumándose a un juego invisible de fuerzas que se atraen y se rechazan las unas con las otras. Este juego de fuerzas, que en el espacio se conoce como gravedad y en lo psíquico como afectos, está íntimamente ligado al espacio y al tiempo, los cuales están por todas y en cada unade las partes de nuestro universo.
Esto mismo es hoy el mundo, una gran red mundial. El mundo es hoy esta conjunción de espacio-tiempo en la que el Internet permite una expansión en el espacio y una aceleración en el tiempo, y la masa se ve obligada a seguir trayectorias diferentes a cuando estaba en un espacio sin de-formar. Con la experiencia del Coronavirus hemos constatado fehacientemente que si la bola cae en Wuhan, la red también se tensa en España, en Italia, Estados Unidos y Latinoamérica, dado que el resto de la unidad se mueve y se altera en función de ese juego de fuerzas invisibles pero potentes que se compensan todo el tiempo entre sí.
Recordemos también el Rizoma que plantearon Gilles Deleuze y Felix Guattari, el cual se caracteriza por el principio de conexión y heterogeneidad, en el que cualquier punto del rizoma está conectado con cualquier otro punto, y a su vez, el principio de Multiplicidad, en el que se demuestra que en el rizoma sólo hay líneas que cruzándose e intercalándose las unas con las otras componiendo una trama de la misma forma en que las parcas de la mitología hilaban naturalmente la lana blanca entremezclándola con hilos de oro y lana negra. Esto mismo es hoy el mundo.
Por tanto, podemos asegurar que ya no somos una acumulación de sociedades dispares, alejadas entre sí, que nada tienen que ver las unas con las otras, sino que somos una SociedadGlobal interconectada, cuyo motor – nos guste o no –es hoy por hoy el consumo, con sus dos caras: La de la mercancía y la del espectáculo, ya que siguiendo a Debord sabemos que “El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se ha convertido en imagen”.
El ojo y la mirada en la era de la Imagen
Claro que no podríamos hablar de nuestros tiempos sin reflexionar en torno a la preponderancia que ha cobrado crecientemente la imagen, y por tanto todo lo que pertenece al orden de lo escópico, es decir, de la mirada. Hoy vivimos en un mundo que nos entra casi enteramente por los ojos, al punto de que muchas veces el motivo prínceps de ciertas actividades que se llevan a cabo no es la actividad en sí – aquello que conformaría la vivencia -, sino la sesión de fotos que luego se exhibirá en las redes sociales con motivo de ser vistas y pasarán por ende a formar parte de nuestro mini reality show contemporáneo.
Esto es, sin lugar a dudas, un fenómeno contemporáneo, ya que nunca antes “el placer de mirar y ser mirado” había cobrado tanta relevancia como en nuestros días o al menos no había sido nunca tan espectacular como lo es ahora. En la actualidad, a veces se constata que a lo que sele concede valor no es al acto en sí, ni siquiera el afecto o los efectos involucrados, sino que pareciera que éstos recién lograsen cobrar vida o relevancia una vez que se ha obtenido una determinada cantidad de views, es decir, una vez que ha sido visto por otros, o por qué no, una vez que se ha hecho Viral.
“La humanidad se ha convertido en espectáculo de sí misma, su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético”
Nos alertaba Walter Benjamín casi cien años atrás. En nuestros días, la sociedad del espectáculo, la del capital, la nuestra, no ha hecho desde entonces otra cosa más que afianzarse sobre su fase especular, no ha hecho sino “evolucionar”, sumarse a la vorágine de la románticaidea del progreso, al mismo tiempo que se arraiga sobre el placer pasivo del contemplar un vacío o ser objeto contemplado. Placer pasivo en ambos casos, en los cuales no hay, como es evidente, ningún sujeto pensante.
La imagen ha devenido en nuestros días un objeto mercantilizable en sí mismo, ya que de él se puede – como de los demás objetos – gozar, de hecho, los objetos están para ser gozados, ya que vienen a ocupar el lugar de una falta, de un agujero, de un vacío. Es por ello que, desdehace algún tiempo, vivimos en un frenético desfile de objetos-imagen-fetiche que se suceden delante de nuestros ojos, constituyendo una suerte de pura metonimia, de incansable sucesión constante, de serie, de una continuidad sin cortes en la que el placer justamente se produce no a nivel del objeto que desfila sino del desfile en sí, de esa misma sucesión, de esa misma serie, siendo el mejor ejemplo de esto es el Zapping o el contemplar fotos en las redes o por qué no, leer los titulares de los periódicos.
En este zapping de la vida, es decir, en esta constante y frenética metonimia, por supuesto que no podemos encontrar nada que tenga que ver con el Deseo, el cual se correspondería en términos lingüísticos a la “metáfora”, siendo que precisa de una traslación, de un intervalo entre objeto y objeto, de una falta que haga de túnel conductor de la libido y logre poner esos objetos en orden, encausándolos en el tiempo. Desear y gozar, si bien nacen y se reúnen en la misma sustancia, a saber la libido, presentan sin duda algunas diferencias en el viviente, diferencias equivalentes a las de metonimia y metáfora en términos lingüísticos, tropos literarios que si bien tienen en común el basarse en la sustitución de términos que implican una traslación o desplazamiento de significado, la traslación de la metonimia se produce dentro del mismo campo semántico y remite más a relaciones de contigüidad, mientras que la metáfora precisa de una separación ya que se produce entre términos cuyos conceptos pertenecen a campos diferentes.
La imagen, las imágenes que nos rodean hoy en día, podríamos pensar que son antes que nada un “velo”, un velo ante la castración, ante el sinsentido originario de la vida, y hoy más que nunca antes en la historia, nos vemos llamados a buscar desesperadamente esos velos, hasta el punto que los demandamos, contribuyendo a la posterior oferta y demanda, oferta y demanda, y así sucesivamente retroalimentando el mercado de lo vacío. Este es el motivo de que en nuestros días, el entretenimiento pareciera adquirir un papel más que relevante en nuestras vidas, incluso a veces más que el propio arte. En relación a este asunto, podemos pensar que el Arte es en sí mismo metáfora por excelence, ya que logra crear un quiebre y hacer surgir de una nada una forma, consiguiendo aquello quellevó a Aristóteles a significarla como las cosas en acción (Retórica, III 11, 1411 b 24-25), es decir, en movimiento. El arte, como sabemos, tiene la particularidad de revelar la esencial de las cosas, su propia naturaleza en marcha, en acción. La metáfora según la visión de Jakobson (1981) es constitutiva del lenguaje poético, y se caracteriza por la ambigüedad y la polisemia. Pues de esto está hecho el arte y por eso es que suscita constantemente el pensamiento, así como llama a la asociación de ideas, a persuadir con su retórica, a conmover nuestras fibras más sensibles, logrando conectar con el alma y por tanto con lo más humano del humano.
Pues por el contrario, el entretenimiento correspondería más al orden de lo metonímico, ya que es si bien también es traslación la cosa a designar con el nombre de otra queda dentro de una relación de dependencia, de causa y efecto, en la que no hay una separación que permita un tercer tiempo. El entretenimiento es en sí mismo una sucesión de velos que se superponen losunos con los otros con fines de ocultar lo que hay detrás, a saber, la falta y con ésta, claro está, la posibilidad de que surja la metáfora, el Deseo, el cual es en sí mismo presentificación de una ausencia en tanto que ausencia.
He aquí la colosal diferencia: Mientras el arte sacaría a relucir la falta, demostrándonos lo más puro y esencial de lo humano – la contradicción, los afectos, los ritos – y funcionando como motor del deseo en la vida humana, esto es justamente lo que el entretenimiento se dedica a ocultar por medio de sus brillantes velos que sólo aspiran a una felicidad vacua.
que según Hegel, la contemplación revela al objeto, nunca al sujeto. El hombre que contempla solo puede ser vuelto hacía sí mismo por la aparición de un deseo.
Comprendemos entonces por qué la mirada es hoy uno de los tópicos más preponderantes de nuestra época, de hecho podríamos más bien preguntarnos cómo no lo sería, siendo que ésta es también un objeto, y como todos los objetos, uno susceptible de ser mercantilizable debido a su estrechísima relación con la pulsión, y por tanto con el goce. El placer de mirar, vende, el placer de ser mirado también vende y el de verse siendo mirado, ni hablar.
Vale en esta ocasión mencionar que, según Lacan, el discurso capitalista es una astuta variante derivada del discurso del amo antiguo en el cual éste esconde su falta y sostiene la promesa de que se puede gozar ad infinitum, sin límites, sin pérdidas. Tanto en el discurso del amo como en el del capitalismo vemos claramente cómo lo que se rechaza es justamente la pérdida, cualquier atisbo de castración, de límite que pueda interponerse entre el agente y su goce. La gravedad del asunto es que al dejar de lado la pérdida, lo que se está dejando fuera es justamente todo lo que tenga que ver con el orden de las relaciones humanas, del lazo social y el amor en general, siendo que a éste se accede primero estando en falta. Al ser la lógica del capitalismo una lógica de pura ganancia, no vemos operar por ningún lado La ley, la palabra, algo que haga las veces de separación y medie entre el sujeto y su goce, por eso es que no podemos pasar nunca del primer tiempo al segundo, mucho menos al tercero, nos quedamos en el tiempo de ver, sin poder dar ese paso más allá que permitiría la metáfora, a saber, el de comprender. El discurso capitalista es un discurso casi sin palabra, funciona más que nada con abreviaturas y códigos, un discurso que si bien pareciera poder ser eterno, en verdad no cesa de autoconsumirse a sí mismo en su propia voracidad mortífera.
En cuanto a los tiempos lógicos que planteaba Lacan, hoy estaríamos sin dudas fijados en el instante de ver, ese primer momento en el que el sujeto es un sujeto noético, dado que no aparece como sujeto en su propia configuración sintagmática, sino como algo sumamente impersonal.
Recordemos por un momento el estadio del espejo, en el cual el niño se mira por primera vez en el espejo y casi como por reflejo, se voltea y busca la mirada de algún otro adulto que esté allí, para que éste con su mirada garantice que ese del espejo es él o ella, que esa imagen que ahí ve corresponde a su cuerpo. Si el niño o niña ve que el otro lo reconoce con su mirada, sonríe víctima de un júbilo inexplicable, lo cual sucede dado que su imagen especular es en sí misma jubilosamente animada por otra. Por tanto, el júbilo vendría, no sólo por el haber visto su propia imagen, sino por el reconocimiento de ese otro, por esa garantía que es la mirada del otro, garantía en tanto que me confirma dicha imagen de mí mismo. Lo trascendental es que es la mirada de ese Otro, no la del niño, la que le garantiza en un comienzo la imagen de sí mismo.
Pensemos que hasta ese entonces, el niño nunca se ha visto a sí mismo – por la posición que ocupan los ojos en el cuerpo, siempre dispuestos a mirar hacia “afuera” – el niño nunca antes se ha visto, sino que sólo ha sido mirado, contemplado por esos otros que lo asisten y castran por medio del amor y la ley. El niño de pequeño sabe que existe en tanto es mirado por el otro, ya que aún está situado en un comienzo como objeto de éste, y sólo puede verse a sí mismo través del espejo que es esa mirada.
Hoy, en esta época de cámaras y pantallas, en la que todos jugamos a ser el actor de nuestro propio rodaje cinematográfico, estamos un poco como ese niño parado frente al espejo, volteándose a ver si ese otro nos reconoce con su mirada para garantizar nuestra existencia. En este juego especular se fundan las redes sociales: en el placer de ser visto, de verme siendo visto y en el placer de ver, encontrándonos atrapados en una búsqueda imaginaria de reconocimiento por parte de un supuesto otro, que garantiza nuestra existencia a través de su “me gusta”.
El siglo pasado, Gabriel García Marquez titulaba la obra que condensaba gran parte de la historia de su vida “Vivir para contarla”, pues si hoy alguno de nosotros hacia el fin de nuestros días escribiéramos un libro autobiográfico bien podríamos titularlo: “Vivir para mostrarla”.
Pero la pregunta sería: ¿Mostrársela a quién? ¿Quién sería ese otro que a través de su mirada garantiza nuestra existencia?
Si Gran hermano dejó de tener éxito luego de sus innumerables ediciones fue porque ahora cada quién comenzó a vivir su propio “gran hermano”, de manera más que voluntaria a través de las redes sociales. Hoy, todo aquél que tenga acceso a Internet, puede vivir su propio “reality show” contemporáneo, sus cinco minutos de fama y quizás, si se han obtenido muchos Views, su momento viral.
¿Cómo podría explicarse este exceso de exhibicionismo y voyeurismo constante, cotidiano, que ha tomado tanta preponderancia en nuestros días? La vida pareciera haber transmutado del teatro a la performance.
Justamente por ese temor a no ser vistos y por tanto no reconocidos. Así, para evitar la ausencia de mirada – cosa que nos aterra más que ninguna otra cosa – hemos creado una forma de mirada permanente, un ojo artificial que siempre, como antes de su muerte lo “hacía Dios” , está allí para nosotros: La cámara. Hoy todos llevamos una cámara – ojo en nuestros bolsillos, permitiéndonos que inclusive nuestra vida privada se convierta en parte del espectáculo de las pantallas, de una performance producida para ser exhibida, siempre, para un otro.
¿Y por qué hacemos esto arrastrados casi por una inercia cósmica? Porque como ocurre con el niño, aún creemos que es ese otro el que nos rescatará de nuestra “falta en ser”.
Los “millenials” recordaremos seguramente el fantástico juego de las escondidas al que solíamos jugar de pequeños, cuando aún no existía el mundo de las pantallas.
Aunque no lo supiéramos, este juego tenía mucho que ver con todo lo que es del orden de la mirada, la cual puede estar como puede no estar, marcando así una alternancia. En este sentido, la mirada al igual que la palabra introduce la posibilidad de una ausencia, el niño puede ser mirado por su madre o no y estar todo el día clamando “mamá mirá, mamá mirá”.
Aquellas tardes jugando a las escondidas lo que hacíamos era tratar de simbolizar el hecho de que la mirada de esos otros podía estar presente como también ausente, y también nos enseñó alguna sumamente importante, que quizás hoy hayamos olvidado: Que para “ser buscados” primero teníamos que “escondernos”.
Cuando el niño o niña jugando a las escondidas se esconde, juega a hacerse falta, pura falta para el otro, y sólo así conseguir ser buscado. “El otro sólo me busca si le falto”, es la lógica involucrada, y al darse cuenta de esto, el niño se esconderá para suscitar la búsqueda y con ella la mirada de ese otro que al buscarlo y encontrarlo le garantiza la existencia en su deseo.
Lo que ocurre con la mirada es que siempre está del lado del objeto, es decir, en el campo otro y por tanto introduce consigo una contradicción, o para hablar en términos ópticos, un quiasma.
Lacan nos habla de una esquicia entre el ojo, como órgano que produce la percepción visual, y la mirada, que, como hemos dicho queda siempre del lado del Otro, en un supuesto afuera, en ese punto exacto hacia donde se dirige. La mirada es justamente lo que nunca está en el campo visual, ya que el ojo consigue solo ver hacia ese supuesto “afuera”, pero nunca a sí mismo.
Por esto es que hay en el juego de la mirada siempre un claro llamado al otro, a que el otro se abra a nosotros en su deseo, haciendo surgir en éste una hendidura de la cual uno mismo sería la causa. Como vemos, a veces somos mirada – sujeto que mira pero no ve, ya que esa mirada se pierde entre los objetos del mundo– y a veces objeto, de la mirada de los otros, cuestión que vemos fehacientemente reflejada en las redes sociales.
En ambos casos lo escópico, estrechamente ligado a lo pulsional, nos colocaría más cerca de la posición del objeto que del sujeto, haciendo predominar el yo ideal, es decir, el narcisismoprimario, un estadio en el cual el sujeto sólo es en tanto que objeto de deseo de un otro no castrado, es decir un gran otro Completo que es como un Dios. En este nivel espacial de lo escópico y lo especular es donde encontramos los velos, todo aquello que se ponga de pantalla donde justamente encontraríamos una ausencia.
La pantalla, en lugar de revelarnos esta falta, la cubre y deja relucir delante un objeto-imagen.
Por tanto, como decía Lacan la mirada es lo que se pierde en la visión, lo que nunca puede aparecer en la imagen, y por eso, el objeto que falta en la imagen que nuestros ojos ven. Como hemos visto, sólo una falta puede producir movimiento al servir como causa, pues la mirada en tanto falta es la causa de la visión en sí. La mirada como objeto siempre ausente es la que constituye el campo de lo escópico.
Ahora, adentrémonos en una cuestión muy interesante: ¿Qué sucede cuando al mirar hacia adelante nos encontramos, no con un objeto-imagen sino más bien con un cuadro de Velazquez? Las meninas, por ejemplo.
“El objetivo de la pintura es engañar al ojo”, nos decía Lacan y esto es así porque allí, en el lienzo, no vemos sólo una imagen. La pintura no es un velo más que se suma a todas las imágenes vacías, imágenes-objeto, que podemos ver hoy en día a nuestro alrededor, sino que la función misma del lienzo es devolvernos la mirada, ofreciéndonos ya no un reflejo vacío sino una imagen que es mucho más que una imagen, es también una palabra. El lienzo nos mira, nos increpa, no sólo imagen, es una idea, es pregunta, es pensamiento.
He aquí la conjunción del Espacio y el Tiempo en la subjetividad humana, es decir, entre lo Imaginario/especular y el registro de lo simbólico/palabra.
Mientras la imagen vacía se contenta con lo puramente imaginario, quedando en un pliegue sólo Real- Imaginario, y remitiéndose a un simple goce especular, la imagen “llena” – como la palabra llena – suscita algo más, logra decirnos algo, porque está asociada al lenguaje y por tanto al tiempo, por eso es que puede permitirse ser una composición lógica en la cual los tres registros están involucrados, operando lo simbólico de mediador entre lo real y lo imaginario, tal es su función.
Lo mismo sucede a la inversa con un buen libro, en el cual el autor – no puedo no mencionar como ejemplo a Dostoievsky – logra que el lector vea imágenes, imágenes en la mente, imágenes hechas de palabras, y que logran un decir, ya que éste también es una función propia de la imagen, por eso tenemos esta famosa frase popular que dice que una imagen puede decir más que mil palabras. Ambos registros, imaginario y simbólico, es decir, Espacio – Tiempo, funcionan topológicamente entrelazándose entre sí.
El pintor inventa un mundo para regresar la mirada al contemplador, logrando una inversión de ésta que, por mera costumbre, sólo esperaba perderse en el espacio. En las Meninas, quedamos atrapados en la escena, somos sin duda parte de la pintura, estamos dentro del lienzo, en la cual el mismo Velázquez, pintando un cuadro que no vemos, nos devuelve la mirada y nos permite vernos justamente en el lugar que ocuparían, ni más ni menos, que los reyes, los cuales se reflejan en el espejo detrás.
Una buena pintura, nos demuestra la escisión interna del ver, nos refleja que lo que vemos no es precisamente lo que creemos ver, sino que hay algo más, nos demuestra que una imagen, cuando se ha asociado al Tiempo/Lenguaje, puede también hablar.
Los cuadros nos miran, y también, nos hablan.
Queda en evidencia donde se produciría el engaño del ojo, en tanto que no vería una imagen sino “un más allá”, un más allá que es en verdad “un más acá”, ya que nos conecta con nosotros mismos, devolviéndonos la mirada perdida y permitiéndonos aparecer allí en el lienzo como sujetos, como “reyes” llamados a pensar, a asociar y a vernos involucrados en la escena de La vida. En Las meninas no aparecemos como objetos contempladores y pasivos, sino como sujetos pensantes que no solo gozan de ver sino que también se cuestionan y sienten.
Recordemos que el ojo bien puede saturarse con lo que le es ofrecido para ver – ¡llegando incluso a enceguecerse!- pero por mucho que trague nunca logrará mirar aquello que pretende.
En esta búsqueda constante de un objeto que lograse saciar nuestra pulsión, nos encontramos hoy en día, la cuestión es que deberíamos poder ver que esta es una búsqueda acéfala, sin ningún sentido, ya que en esa sucesión de objetos sólo podemos encontrar un placer instantáneo, una suerte de felicidad efímera y vacía, al mismo tiempo que un obstáculo en nuestra capacidad de pensar y desear.
Como demuestra Walter Benjamín en su gran obra maestra, la imagen puede ser un nuevo lenguaje comunicativo – y hoy sabemos que lo es – pero esto en tanto que la imagen en cuestión no sea una mera imagen vacía, que no remita nada más que a un autoerotismo inútil, a un efímero placer de ver o una fallida búsqueda de reconocimiento que garantizase nuestra existencia.
Así, como todo lo que vemos no está en verdad “allá afuera” donde la mirada se pierde, tampoco el reconocimiento que esperamos viene de esos “otros” que nos representamos en las calles o en las redes – que pronto serán la misma cosa. Más bien se trata de un reconocimiento interno el que buscamos sin saberlo, de una aprobación y apreciación del orden de lo subjetivo.
Hoy, nos vemos envueltos y sesgados por una infinidad de velos, de imágenes-objeto que no buscan devolvernos la mirada sino mantenernos en una posición pasiva de contemplación de la existencia, como si ésta sucediera por fuera de nosotros, en escenarios donde nunca estamos situados.
Estas Imágenes-objeto tan repartidas a lo largo y ancho de nuestro mundo especular y espectacular no llaman al pensamiento, ni a la asociación de ideas, ni tampoco invitan a cuestionarse, sino todo lo contrario. Las imágenes del mundo del entrenamiento buscan siempre que la mirada se mantenga perdida en esa pantalla que es puro brillo artificial, pura obturación de un vacío, buscan que la mente en lugar de cuestionarse, se entretenga, se distraiga. Después nos llama la atención que surja una pandemia de un trastorno inventado al que llamamos TDAH. Nunca hubo ejemplo más claro de síntoma una época.
El entretenimiento como dijimos sólo transcurre en un pliegue R-I que no precisa de lo simbólico,de hecho lo repele, ya que éste implica la falta, el cuestionamiento, la dialéctica y el entretenimiento sólo sabe de velos e ilusiones, eso solo sabe de placeres. En cambio, las imágenes a las que se refería Benjamin, las que comunican y transmiten algo, corresponderían irrevocablemente a una interacción entre los tres registros, R-I-S, en donde lo simbólico siempre aparece como mediador entre lo real y lo imaginario, entre la materia y el espacio, permitiendo la forma.
A modo de conclusión respecto a la temática de la mirada y la alienación al Otro en nuestros tiempos, diré que mientras sigamos buscando los views y los “me gusta”, seguiremos atados ciegamente a ese otro que creemos existe, ese otro que no acabamos de comprender que no está en ese supuesto “afuera”, sino que habita dentro de nosotros mismos, tan cerca que no podemos verlo.
Mientras nos sigamos exponiendo a la mirada de ese otro, seguiremos siendo objeto de nosotros mismos, esclavos de la imagen, siervos del consumo.
Citaré a Guy Debord en la Sociedad del espectáculo: “El espectáculo es el mal sueño de la sociedad moderna encadenada, que no expresa en última instancia más que su deseo de dormir. El espectáculo vela ese sueño”
Mientras sigamos alienados al mundo del espectáculo – que no es otro que el del brillo enceguecedor de la mercancía en su vertiente metonímica– seguiremos dormidos en un estado de sopor profundo en el que no nos es posible siquiera soñar. A ello estaremos condenados siempre y cuando no seamos capaces de ver directo a la cara aquello que todo gran artista pudo ver: La falta original del sentido de la vida, la falta de un saber absoluto, de una verdad absoluta.
Sólo desde allí, de aceptar que lo único que tenemos como garantía es La falta, es desde donde podrá surgir un nuevo sueño, sólo a partir de allí dejaremos de vivir como los virus, que dependen de otros para poder ser.
Hoy, en este mundo que de pronto ha devenido virtual, podemos apreciar que nunca antes en la historia de la humanidad estuvo tan claro que lo que pensábamos que estaba fuera en verdad no está “allá afuera”, porque no hay ningún fuera que no pase por el “adentro”. Hoy, vemos que lo que hasta hace días pensábamos que era lo más lejano, más bien puede ser lo más cercano y viceversa. El internet ha cambiado nuestra percepción del tiempo y del espacio, así como del afuera y del adentro, lo lejano y lo cercano, lo real y lo virtual.
Nunca fue más evidente que en el mundo actual, cuánto hay de ficción en lo real – para lo cual basta leer los medios, vías principales de la consumación del espectáculo del mundo – y por otro lado cuánto de real en la ficción – cosa que demuestra la literatura desde hace siglos – siendo que estos no son antagónicos.
Esto tal vez debería demostrarnos que en esta época no nos basta la geometría para explicarnos el mundo y la vida, sino que necesitamos de una topología del pensamiento, necesitamos aprender a pensar topológicamente, ya que así podremos ver cómo estos “extremos” no son cosas opuestas, que nada tienen que ver las unas con las otras, sino que constantemente se entrelazan y juegan entre sí, como partes conectadas de uno primordial: La vida Real.
Insistiré una vez más: De no renunciar a los constantes velos, brillos e imágenes – fetiche que se suceden los unos a los otros de forma metonímica sin dejar espacio en medio para que surja lo simbólico, seguiremos viviendo en un mundo que ya no tiene pensadores sino influencers, queno tiene arte sino entretenimiento, que no tiene ritos sino ocio, que ya no mira porque está enceguecido de tanto ver, que habla mucho pero no dice nada, que goza pero no Desea, que exhibe el cuerpo pero no lo siente, que muestra la vida pero no la vive.
En ese caso, de no haber renunciado al hipnotizador brillo que ofrecen los velos y el espectáculo, seguiremos viviendo por y para otro, como los virus, que no se bastan por sí mismos, y al final de nuestros días habremos no sólo perdido el “aura” que caracteriza la esencia de lo humano, sino también desaprovechado gran parte de este gran tesoro que es La vida.
Autora: Florencia Franco Figueroa
Abril 2020
Etiqueta:Imaginario, Real, Símbolico