Unas palabras para Carmen Lafuente
Cómo decir algo cuando faltan las palabras. En qué cabeza cabe, CLF, en qué cabeza cabe que no estés aquí con nosotros, y sin embargo…. Solo nos queda decir algo de ti, y por ti. Somos carne de palabras, un ser simbólico. Para nosotros el mundo existe a partir de nombrar las cosas. El mundo existe por ser nombrado, y tú también, Carmen.

Para nosotros, habitar el mundo es habitar el lenguaje. Esta es La Fuente y la fuente que nos ha dejado Carmen también. Sus escritos y la suerte que nos quedan todavía, las palabras para decirlo y nombrarla, ella habita esas palabras. Hablé con ella por intuición unos días antes. No sé ni por qué ni cómo, hacía tiempo que no lo hacía y le escribí; luego hablamos y me contó. Ella venía a visitarme cuando las cosas no eran fáciles; se lo agradezco tanto… Entendí rápidamente el sufrimiento que atravesaba y le dije «HINENI», que en hebreo significa «aquí estoy», o «aquí me tienes».
Nadie sabe del todo cuándo toca partir. Difícil estar y no estar a la vez, ser o no ser, esa es la cuestión. De allí la profunda negación que acompaña a veces el momento terminal, sobre todo cuando el deseo es de vida. Cómo aceptar esa despedida irreversible, o la caída en el más allá.
¿Y por qué no en el más acá? «Tierra eres y tierra serás», así de impecable es el recorrido vital en la Génesis. Un retorno limpio a los orígenes, nuestra tierra madre, la que nos parió con amor, en el mejor de los casos. Madre tierra que nos regaló la vida para hacer con ella lo mejor que pudiéramos, y que hemos aprendido para saber avanzar. Carmen Lafuente ha sido ejemplar en este recorrido. Era LA FUENTE del deseo de saber. Siempre tenía un libro para recomendar, novelas o ensayos. Recuerdo con tanto cariño dos visitas con ella… Una en Valencia, hace unos años, nos fuimos las dos a ver una antológica del pintor Genovés y salimos iluminadas, por el lugar y la creatividad. Otra fue el viaje a Zaragoza para contemplar a otro artista genial, Victor Mira, uno de los grandes. Nos unía el amor por el Arte, no todo era psicoanálisis.
Recuerdo que hablamos de Kandinsky, De lo espiritual en el arte. Él decía esas cosas brillantes, como que la abstracción no era lo contrario de lo figurativo. Depende del tiempo que hay que tomarse para mirar el cuadro. La abstracción es la capacidad de abstraerse de la inmediatez de la comprensión. La muerte podría ser la abstracción más radical, el intento de tomarse el tiempo para atrapar algo de lo que queda, para decir lo indecible de la ausencia.
En ENCORE, Lacan les pide a las mujeres que hablen se su goce, más allá del falo. Lafuente releva el guante, y en su recorrido de AE, habla de un más allá que anhelan la mujeres. Carmen estudia la vida de las Santas. Marie de la Trinité es una de ellas, donde late esta aspiración a la trascendencia, un goce hecho de éxtasis y de sufrimiento, como la misma vida, a veces. Lafuente y el latido de sus palabras, su transmisión, era un intento de innovar, no de repetir.
A-Dios, para que la muerte no diga las últimas palabras, por eso las decimos nosotros. Si no responde es porque responde dentro de nosotros. El lugar donde mis muertos son mis recuerdos y palabras. En sus escritos, que han quedado grabados, también. No hay otro modo de decirlo, puesto que de eso se trata. Toma vida, o palabra, cuando lo decimos nosotros: ha sido una Fuente de luz. Una fuente de vida innovadora.
Levinas (La muerte y el tiempo) define la muerte como la paciencia del tiempo, un reto para el mortal superviviente. Una experiencia de la no-respuesta del Otro que nos ha constituido, o acompañado. La primera muerte es la del Otro, y la segunda, ya se sabe. Hay una extraña culpa del superviviente, culpa sin falta ni deuda, pero con responsabilidad (eso lo dice Derrida en el funeral de Levinas). Esa responsabilidad nos obliga a tomar la palabra ahora para este homenaje a Carmen Lafuente.
Como hacía Carmen, recomiendo también dos textos de Freud: Consideración sobre la guerra y la muerte (1915), a raíz de la primera guerra mundial, y otro escrito suyo, La transitoriedad (1915), texto que articula la vida con su finitud, radical e indiscutible, sin retorno.
Igual falta poco, siempre falta poco. Por eso me cogió esa fiebre de decir algo. Tenía que decir algo antes de decir a-diós. Decirles algo a todos —tantos— los que me ayudaron a lo largo del recorrido. De ellos no quisiera despedirme nunca, no dejarles este dolor ciego y punzante que amarga la boca en su mordisco de soledad. A mí me toca profundamente su ausencia y me llena de una triste nostalgia.
Qué hacer con la muerte en nuestras vidas. Cómo hacer con la muerte de un ser querido. O de un ser amable y cariñoso que poblaba nuestro paisaje vital y era parte viva del mismo. Qué hacer cuando desaparece y deja un agujero negro y vacío. Y sí, los optimistas nos dirán que deja tantas otras cosas también, de creación y de luces, nos deja su fuente. Sin duda, también es cierto. Desearía sentirlo así.
Me decanto por eso último con el agujero en el alma, nuestra maldición, o condición humana. Que de ser mortales se trata. De ser carne de amores a devenir soportadores de pérdidas, y de duelos. Mientras uno espera la propia pérdida, la única que tiene, como grato alivio terminal, el final de los sufrimientos y de las despedidas. Hoy es un día triste para mí, la perdida de una amiga entrañable, que remueve fuertemente todas mis ausencias.
Autora: Daniela Aparicio
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